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Quantum of Solace: El ultimátum de Bond

¿Dónde estás, Bond? Si en Casino Royale el personaje se veía reducido a un amasijo de músculos descontrolados y del que apenas quedaban detalles indirectos (puntuales pinceladas de humor, alguna frase, M, etc.) ahora, en Quantum of Solace lo único que tiene en común con el original es el nombre. Y no porque el diga que se llama “Bond, James Bond” (eso sería un guiño demasiado exigente para este film) sino porque ha dejado atrás todo lo que lo hacía diferente de otros espías. El daño que la saga Bourne ha hecho al personaje parece casi irreversible.

tocino y velocidad.
La acción es confusa en Quantum of Solace. Marc Forster y Dan Bradley: tocino y velocidad.

Casino Royale se excusaba en el hecho de que el personaje aún no había nacido para tomarse ciertas licencias. El final, además, encendía una vela a la esperanza: Bond aparecía con un elegante traje, empuñando un MP5, la mítica música sonaba por primera vez en la película y él soltaba su archiconocida frase. Todo apuntaba a que a partir de ese momento volvería el Bond que todos conocíamos. En cierta medida, la calidad de Casino Royale estaba supeditada al resultado de Q.O.S. Nada más lejos de la realidad. Ahora parece que el único que contaba con dar continuidad a esa idea era el director Martin Campbell y quizás por eso se deshicieran de él para esta nueva entrega.

Parece que los productores, Barbara Broccoli y Michael G. Wilson quieren reinventar el personaje a la imagen y semejanza de Jason Bourne: un desmemoriado agente que cansa tras tres películas. Y es que si Bond ha llegado a las 22 entregas en más de 45 años es por algo. ¿Desde cuando Bond puede dejar inconscientes a cuatro agentes del MI6 a puñetazos y sin usar su astucia o uno de sus gadgets? Lo realmente increíble de Craig es que le quepa el esmoquin. Estaba mucho mejor en Casino Royale y aunque no tengo el más mínimo interés en justificarle parece culpa de una mala dirección).

Lo increible del nuevo Bond es que le quepa el esmoquin. Deja atrás astucia y cerecbro en favor de músculo y esteroides.
Lo increíble del nuevo Bond es que le quepa el esmoquin. Deja atrás astucia y cerecbro en favor de músculo y esteroides.

Ahora bien, si jugamos a olvidarnos de que vamos a ver una película de Bond… ¿funciona? Entretiene. Es la película más corta de la saga pero no lo parece. El único escenario exótico que parece justificado y no un capricho de los guionistas es el desierto de Bolivia. Las escenas de acción están bien concebidas pero mal realizadas. La persecución inicial, por ejemplo, parte de un importante error de base: si un Aston Martin de 150,000 euros no puede dejar atrás un Alfa Romeo mejor me compro el nuevo Ford Ka de Olga Kurylenko.

Las acciones son demasiado rápidas, confusas y cerradas. Aunque el espectador actual esté educado en 110 años de convenciones cinematográficas se hechan de menos planos más generales que le ayuden a ubicarse. La parte final de la pelea en Siena introduce un componente original, al enzarzarse en una lucha entre cuerdas y poleas. No obstante, la inadecuada realización impide saber quien sube y quien baja. Las lanchas en Haiti aprueban y la secuencia de Tosca en Austria parece la única en la Marc Forster parece aportar algo personal, porque el resto lo orquesta a su gusto Dan Bradley (director de segunda unidad de la trilogía Bourne). El avión en Bolivia es, una vez más, confuso y lo de saltar dos con un solo paracaídas ya está algo manido. El hotel del desierto está bien pero no pasa del aprobado. Judi Dench es el último resquicio de un época dorada y es la única excelente. Mathieu Almaric (Dominic Greene) parece desaprovechado en un villano del que ya no me acuerdo. No hay ni una sola escena memorable y la pobre Kurylenko podrá presumir de ser la única chica Bond que nunca se acostó con el agente británico.

Siempre nos quedará Goldeneye.

Calificación: un decepcionante 6,5/10