Hay películas muy buenas que son para ver una única vez. Funcionan a la perfección y entretienen como el diablo pero nunca sientes esa llamada que te invita a sentarte de nuevo y dedicarle dos horas de tu preciado tiempo. Ya la he visto, te dices. Luego, hay otras excepcionales que no te cansas de ver. Ofrecen más de una lectura, invitan a la reflexión o son visualmente hipnotizantes. Memorizas cada plano y te aprendes sus diálogos como un niño.
Mis favoritas, en cambio, son aquellas que pasan sin pena ni gloria en su primer visionado. Un día las vuelves a ver y despiertan un interés desconocido. Descubres infinidad de detalles pero no quieres quemarla por lo que inconscientemente intentas dejar pasar cierto tiempo antes de repetir la experiencia. Y… ¡oh, qué maravilla! La película ha madurado.
Nada de eso, la película es la misma. El que cambia eres tú.
Heat es una de esas.